Vida de pirata

Ya estaba cansado de vagar por mares bravíos y costas desiertas. Un día, por necesidad de bebida, desembarqué en un puerto peligroso, especialmente para un corsario escurridizo de la justicia.
Ya de noche, y disfrazado para no ser reconocido, fui a un bar cercano a los muelles.
La muchacha de la barra, de melancólica mirada, me sirvió un vaso de vino mientras yo soltaba al aire una de mis aventuras.
Sus ojos no se despegaron de mí, parecía inmersa en mi voz y mi relato.
El tercer trago me lo tenía servido cuando aún no terminaba el segundo.
Acabé mi historia, sequé mis labios con el dorso de la mano y tomé unas monedas para pagar:
Ella me dijo con una leve sonrisa:
—No buscas mujeres ni buscas tesoros, pero arriesgas tu vida por un vaso de vino y compartir un relato. Sé quién eres. También intuía que un día llegarías.
Vi lo que estaba por venir, me di vuelta para buscar una salida pero ella susurró.
—Gritaré si te mueves. Serías el tercer pirata colgado en la plaza este mes.
—Estoy en tus manos, ¿Qué quieres?
Muy seria puso en el mesón una botella sin etiqueta.
—Si bebes tres tragos de esto, a mi manera, te podrás marchar.
—¿No será narcótico o veneno? —le pregunté.
—Sí, podrías morir y yo también.
Sirvió el líquido en el vaso y lo puso en su boca sin tragarlo.
Me lancé a beber antes que estuviera tibio. Era el licor más embriagador que había probado en mi vida.
El segundo lo bebí, así mismo, hasta la última gota. El tercero lo paladeé muy lento, saboreando además todo lo cercano.
Cómo no recordar ese día en que tomé dos nuevos hábitos:
El primero es que me acostumbré a ese suave licor.
El segundo es que ahora solo puedo beber de esa manera.
Y qué pasó con ella?, pues que me la llevé a mi barco. No es que me hubiese puesto sentimental o algo así, hubiera hecho lo mismo con un tonel de buen ron. De todas maneras debo reconocer que un hombre necesita quien le escuche sus cuentos, aunque en gran parte sean mentiras.
Y si quieren saber más, también diré que bebo todo de su boca, sus ojos y su risa.
A los pocos días, ya en alta mar, me confesó que el licor solamente era agua de manantial, y la verdad es que ya se me hizo tan entrañable en mis días, mis noches y mis sueños que con gusto le perdono eso.
El problema que tengo ahora es que no puedo dejar de piratear, pues ella cada día me pide más aventuras.