Bartolito dormía en su cama cuando lo despertó un tic-tic.
Abrió un ojo y pensó —debe ser María Ignacia que está abajo tirando piedritas a la ventana.
Se levantó y miró por el vidrio, afuera no había nadie, volvió a acostarse.
Volvieron a sonar unos golpecitos en la ventana.
Se levantó de un salto y fue a asomarse de nuevo, no se veia ninguna persona y se fue a la cama.
Cuando volvió el tic–tic caminó en puntillas a la ventana y pisó algo duro, lo recogió y vio que eran porotos.
—María Ignacia debe haberlos tirado desde afuera, pero, no puede ser. ¡Los porotos atravesaron el vidrio!
Tomó unas cuantas semillas y las tiró contra el vidrio de la ventana pero estas rebotaban.
—Deben ser porotos embrujados, hay que decir alguna palabra mágica para que atraviesen el vidrio.
—Poroto mágico obedece a tu amo.
El poroto se resistía a atravesar el vidrio por mucho que lo empujaba.
—Vuelve poroto por donde viniste.
Lo empujó con más fuerza contra el vidrio mientras decía:
—Ado, ado, pasa poroto al otro lado.
Se escuchó una risa ahogada que salía del armario.
Bartolito quedó inmóvil mirando las semillas, la ventana y luego la puerta cerrada del mueble.
Imaginó quien estaría por ahí escondida.
—Ya es tarde —dijo en voz alta—, tengo que darle desayuno a mi culebrita.
Fue al escritorio pisando fuerte y tomó una caja de cartón vacía.
—Culebrita ¿cómo amaneciste?, ¿culebrita?,
El niño empezó a dar gritos por el cuarto.
¿Culebrita, culebrita, dónde estas escondida?
De pronto se abre la puerta del armario y sale corriendo María Ignacia.
—¡Una culebra!, no dejes que me muerda —gritaba mientras subía a la cama.
—Se metió en mi cama —dijo Bartolito muy serio.
María Ignacia bajó de un salto de la cama y subió al escritorio.
—Las culebras no se suben a los libreros —señaló Bartolito con el dedo hacia el estante de los libros.
María Ignacia saltó desde el escritorio y comenzó a trepar por la repisa de los libros, pero ésta empezó a inclinarse y la niña subió más rápido aún. Bartolito trató de afirmar el mueble pero le caían libros en la cabeza y de pronto el mueble se vino abajo con María Ignacia encima.
Con el estruendo llegaron corriendo los papás de Bartolito, la Mamajose y hasta el chuleta quien daba ladridos y vueltas buscando un ratón.
—¿Qué pasó? —dijo el papá.
—María Ignacia, ¿dónde está Bartolito? —preguntó la mamá.
—Ahí abajo—dijo ella llorando —está debajo del mueble.
Levantaron la repisa y los libros y sacaron a Bartolito, estaba empolvado y rasguñado.
—Bartolito ¿cómo te cayó el mueble encima? ¿Te duele algo?
—Ahora debería saber todo —dijo el niño con la boca abierta y la mirada perdida.
—¿Que dices? —preguntó la mamá.
—Este niño quedó atontado —dijo la Mamajose.
—¿Deberías saber todo de qué? —preguntó el papá.
—Debería saber todo de los libros que me cayeron encima.
—Bartolito, así no se aprende —dijo la mamá— ¿Y qué estabas haciendo en el mueble?
María Ignacia se adelantó a responder.
—Estábamos buscando un libro de cómo escapar de las culebras. —Dijo ella mientras se subía al respaldo de una silla.
—Maria Ignacia, te vas a caer de esa silla y tú Bartolito, ¿no te había dicho que dejaras la culebra en el bosque?
—Sí, ayer la dejé en el bosque.
—¿Y porqué María Ignacia está asustada?
—Tía, no estoy asustada, estoy haciendo como si lo estuviera. —Dijo con una sonrisa forzada.
—A ver, dijo el papá, levantemos rápido esto que quiero terminar mi desayuno.
—¿Podemos hacer antes un castillo con los libros? —preguntó Bartolito mientras comenzaba a levantar una torre de libros.
—Si dices una palabra más, o haces chistes vas a quedar castigado —dijo enojada la mama.
Levantaron de nuevo el mueble y lo apoyaron en la pared.
—Estos libros están llenos de polvo —dijo la Mamajose— niños, ayudenme a sacudirlos antes de colocarlos de nuevo.
La mamá y el papá bajaron a la cocina.
Maria Ignacia tomaba libros del suelo y los sacudía unos con otros para quitarles polvo y cuando la Mamajose estaba de espaldas también sacudía algunos en la cabeza de Bartolito.