Todos los días, en el basural, el ratón Ratonilo hurgaba por aquí y por allá, como si estuviera muy ocupado buscando comida, pero cuando volvía a la madriguera, en el entretecho de una vieja casa de adobe, solo llegaba con cachivaches, según decían los demás ratones.
—Ratonilo, ¿qué has traído de comida? —le preguntó el gordo ratón que vigilaba la entrada, al verlo con un bulto debajo del brazo.
—Nada para comer; es un libro grande con pocas hojas. Parece que es un libro-que-se-hace porque no está terminado, hay que pintarlo. Mira, aquí le faltan colores y acá también, y en esta otra hoja hay un dibujo de un pájaro.
— ¿Y qué sabor tiene un libro-que-se-hace?
—No lo sé, porque no me lo como.
— ¿Entonces para qué lo traes?
—Porque tiene cosas que aprender.
— ¿Cómo qué cosas?
—Escucha —le dijo Ratonilo—, ¿tú sabes cómo es el perro de los areneros?
—¿Ese perro torpe, al que le robamos la comida del plato?
—Sí, pero dime, ¿tiene pelo largo o corto?
—Corto, por supuesto, todos los perros tienen pelo corto.
— ¿Y los perros de la casa del final de la pirca?
—También tienen pelo corto; todos, todos los perros del mundo son de pelo corto, ¿o me vas a decir ahora que has visto perros pelados?
—No, pero mira acá, en este dibujo se ve un perro con pelo largo.
— ¿Un perro de pelo largo…? ¡Pero si los perros de pelo largo no existen! Este dibujo es una mentira.
—Pero, pueden existir…
— ¡No existen! Los libros muestran solo mentiras —dijo un ratón de cara larga y puntuda—. ¿Acaso has visto un perro de pelo largo?
—No, pero…
—No existen, y si hubiera alguno yo mismo iría a tirarle los pelos, seguro que sería un perro de pelo corto disfrazado con pelo largo —dijo un ratón color ceniza.
— ¡Cómete los libros en pedacitos para que no te atragantes, Ratonilo! —le gritaban mientras le rompían el libro-que-se-hace.
Ratonilo recogió los trozos que pudo y se fue muy preocupado, no tanto por el destrozado libro-que-se-hace, sino porque sería terrible que los libros mostraran solamente mentiras, como decía el ratón de cara larga.
Ratonilo no apareció en la madriguera por varios días. Los ratones ya pensaban que se había marchado muy lejos, o que se había muerto de hambre de tanto leer. Cuando lo vieron aparecer a la entrada de la madriguera con una sonrisa de satisfacción y cara de venir corriendo de muy lejos, entre jadeo y jadeo les dijo a los ratones:
—Los libros, ¡uff! ¡uff!, no mienten, al menos,¡uff! ¡uff!, con los perros de pelo largo; yo mismo, ¡uff! ¡uff!, los he visto.
—Así que ahora has soñado con perros de pelo largo y eso te hace jadear.
—No es un sueño, ¡uff! ¡uff! Ahora los verán ustedes porque vienen para acá —dijo Ratonilo mientras se escuchaban ladridos que se acercaban.
— ¡Vienen perros! —gritaron todos—, ¡has traído perros!
—Sí, pero son perros que ustedes no conocen, fíjense —dijo mientras entraba a la casa un tropel de perros de todo tipo—, hay dos de pelo largo, dos de hocico corto y arrugado, que tampoco conocíamos, y uno de patas cortas. Los demás son comunes y corrientes.
Los ratones no estaban muy interesados en hacer distingos entre los perros, porque entre chillidos arrancaban de todos por igual, mientras gritaban:
— ¡Sácalos de aquí, Ratonilo!, llévatelos. Te creemos todo lo que digas— decían unos.
—Y todo lo que leas también —decía otro.
Ratonilo llegó de un salto a una ventana y de otro salto ya estaba fuera. Desde ahí empezó a dar silbidos cortos.
—¡Piiiiiiff piiiff piiiff piiiff piiiff piiiiiiiiiffffff! —y los perros salieron de la casa dando brincos y moviendo la cola. Así, se los llevó lejos y volvió al rato cuando los ratones todavía temblaban de susto.
— ¿Cómo hiciste para que los perros te obedecieran con silbidos? —le preguntaron muy intrigados los ratones.
—Lo aprendí de un libro —respondió Ratonilo.