El gato esperó a que entraran los ratones a la cocina y se lanzó tras ellos. Los ratones corrieron, excepto uno, que se quedó inmóvil con una sonrisa en la cara.
El gato se detuvo y mientras más se acercaba al ratón, este más sonreía.
—¿Te ríes de mí? —preguntó el gato.
—No, no es eso; me río de mi propio miedo.
El gato le hizo unos gestos de amenaza con las zarpas y el ratón sonrió más aún. Saltó y cayó al lado del ratón, el que se puso a reír, lo mismo que el gato. De pronto apareció una gata vieja y comenzó a llamar al gato.
—Ven acá.
—¿Para qué? —respondió él.
—Ven acá, te digo —dijo ella.
El gato se acercó a la gata y esta le dijo:
—No te acerques a ese ratón.
—¿Por qué? —le dijo él—. Nos estábamos haciendo amigos.
—Ese ratón tiene algo que da miedo.