Una soleada tarde de abril, mientras caminaba por la larga playa de El Tabo, divisé un grupo de personas que, en la orilla, cantaban mientras construían un castillo de arena. Me detuve, moviendo lentamente la cabeza, para atrapar ese melódico collar de palabras que cabalgaba en la brisa.
En abril volvemos al mar.
Donde el viento y la ola gustan de danzar
cantamos que en esta comarca un pequeño reinó.
Cuando el sol de su pecho restaba pasos y amaneceres
en la orilla, en un castillo, él quería descansar.
Me acerqué a preguntar a un viejo pescador, que también los escuchaba con atención.
—¿Qué hacen?
—Vienen a recordar a su hermanito fallecido.
—¿Murió ahogado?
—No, en su casa, de una enfermedad terminal. Escuche la canción.
En abril volvemos al mar.
Donde la suave arena es de blanco nácar,
donde el sol y la brisa acarician un reino de playa y mar;
con lágrimas de roto cristal levantamos un castillo
al rey de risas, rey de amar, rey de hogar.
Iba a preguntar algo más, pero me detuvo su mirada que nadaba en un lejano océano. Me despedí inclinando la cabeza y seguí caminando envuelto en las palabras que me traía el viento.
En abril volvemos al mar,
a cantar que, ataviado en pijama azul nuestro rey
en sombría noche, su pequeño pecho aflojó el calor,
que nuestros brazos y húmedas mejillas,
en derredor de su cuerpo, no pudieron conservar.
Dejaron de cantar y comenzaron a perseguirse con gritos y risas por la arena y el agua. Parecían niños de kínder en su primer recreo de día lunes. Luego se tomaron de las manos formando una alegre rueda mientras bailaban esta tonada.
En abril volvemos al mar
cuando el sol se aleja con su último calor
este canto el rey va a escuchar;
No nos vamos a ahogar en pena y dolor
si aprendimos contigo que vivir es jugar, reír y cantar.
Mentiría si no reconociera que solté un profundo suspiro; sentía como si la playa se hubiese vuelto más vibrante y luminosa. Ellos, cantando aún, se cruzaban ahora con abrazos y besos.
En abril volvemos al mar
donde el amplio cielo es el único portal.
A cantar que no nos importa silbar bien o mal,
que en la calle disfrutamos bailar,
y a pies desnudos hemos vuelto a caminar.
Me encaminé hacia el final de la larga playa. Por ahí me detuve, mojé mis pies en la suave ola. Sin darme cuenta estaba de rodillas, mis manos se pusieron a jugar en la arena mientras mi aliento se desbordaba en un arrullo de mar vuelto canción.
En abril volvemos al mar.
Donde el viento y la ola gustan de danzar…