Una atractiva mujer solicitó hablar con el gerente del banco y la hicieron pasar a su oficina.
—La puedo atender sólo un momento —dijo el gerente mientras le estrechaba la mano para saludarla—, anoche han entrado ladrones a nuestra bóveda.
—¿Un robo?
—Si. Se han llevado dos lingotes de oro. La policía solo ha encontrado un sostén, polvo de harina y un conejo.
—¡Qué ladrones tan graciosos! —comentó riendo la mujer.
—¿Ahh? La verdad es que parece un trabajo de profesionales.
—Si, tiene razón, robar es cosa seria. —dijo ella mientras observaba con cuidado la mano que le había estrechado el gerente.
—Y dígame ¿en qué le puedo servir? —preguntó el hombre.
—Vengo a llevarme su basurero —respondió ella sacudiéndose las manos.
—¿De qué está hablando? —preguntó sorprendido el gerente.
—Hablo del lingote de oro que imagino está en el basurero bajo su escritorio. ¿Todavía lo tiene dentro de la bolsa de harina?
Al gerente se le cayó la mandíbula de impresión.
—Verá —continuó la mujer—: anoche tuve que usar mi sostén para amarrar el conejo y sostener la puerta de la bóveda, pero el maldito se resbaló. Parece que le puse demasiada harina para detectar el haz de luz láser. La bóveda se cerró de golpe y sólo alcancé a sacar un lingote. Dentro quedaron el conejo, mi sostén y la bolsa de harina…
—¡Usted robó los dos lingotes…! —dijo el hombre.
—Sólo uno—respondió ella —, el otro lo robó usted. En la mañana abrió la bóveda antes que llegara la policía y aprovechó de sacar la bolsa de harina con un lingote oculto en ella. El mejor lugar para ocultarlo es el basurero de su escritorio.
—¿Cómo supo que yo…? —preguntó el gerente.
—Sus manos aún tienen rastros de harina.
—¿Qué quiere? —dijo el hombre en un susurro.
—Ya lo dije. Voy a llevarme su basura.
—¿Y qué queda para mí?
—Ummm. Se puede quedar con el conejo.