Cuando era niño, desde mi cama, a través de la ventana veía una gotita que brillaba como un pequeño sol. El año pasado también estaba ahí, pero había desaparecido a los pocos días.
—Abuelo —llamé—. Ven a ver una gotita que brilla.
—¿Donde? —dijo entrando a mi pieza.
—Ahí afuera. Cayendo del tejado. Crece y brilla antes de caer.
Mi abuelo se tendió a mi lado para ver desde ahí. Yo aproveché de apegarme a su olor a leña y sudor.
—Una gotita de sol —dijo—. Por un instante, al caer, refleja el sol como un lente.
—Antes estaba y después ya no —le dije.
—Para verla hay que tener mucha suerte; depende de la humedad, del lugar de dónde se mira, de la altura del sol y también de tu altura.
—¿Cuando crezca ya no la veré? —dije mientras enrollaba en mi dedo una hebra que salía de un agujero de su chaleco.
—La verás si te pones a la altura de un niño pequeño.
—Pero abuelo, tú también la viste.
—Porque me puse a tu lado y miré como niño.
—¿Tenías una gotita de sol cuando eras chico? —le pregunté.
—Creo que no, pero tenía una chica bonita en la pared de mi pieza. Era un descascarado en el muro que tenía forma de chica con trenzas. Tenía un ojo caído y le faltaba una ceja. Un verano arreglaron la pared y la pintaron.
—¿Y ya no estaba más?
—Un día me puse frente a la pared. —dijo el— Cerré los ojos y, con un lápiz, la dibujé de memoria. También le arreglé el ojo y le puse una ceja nueva.
—¿Todavía está en tu pieza?
—Esta era mi pieza de niño.
—¿Y dónde está el dibujo? —dije buscando con la mirada.
—Cuando me casé pintamos toda la casa. Si uno se casa con una chica bonita las otras tienen que desaparecer. Pero ya tienes que levantarte.
—Hace frío y no tengo ganas de ir al colegio. —le respondí.
—Si te vistes rápido le ganarás al frío.
—¿Y mis zapatos?
—Ya vienen, están tomando desayuno.
—¿Abuelo. Toman desayuno los zapatos?
—Ya lo verás. Ponte la ropa mientras tanto.
Ya estaba vestido y sentado en la cama cuando mi abuelo llegó con mis zapatos.
—¿Qué tomaron de desayuno? —le pregunté.
—Tú me lo dirás, póntelos.
—¡Están calentitos! —dije mientras él me los abrochaba—. Se siente muy bien.
—¿Como si fuese arena tibia de verano?
—Sí.
—¿Como si pudieras correr y saltar por todos los caminos?
—¡Sí! —exclamé.
—Con pies contentos se puede recorrer cualquier camino; el camino al colegio, el camino a la quebrada, y el camino al bosque; ahí buscaremos leña seca cuando vuelvas de clases.
—Abuelo ¿Cuando volvamos del bosque —le pregunté—, puedo hacer un dibujo en la pared de mi pieza?
—Sí ¿Qué vas a dibujar?
—Te voy dibujar a ti.