Una pareja de turistas se perdió en la selva. Ya llevaban un día caminando cuando se encontraron rodeados por caníbales armados con lanzas, arcos y flechas.
—Los vamos a cocinar para la cena —dijo el jefe de los indígenas—, pero si nos cuentan una buena historia podrán marcharse.
—No se me ocurre nada. —dijo el marido.
—Tienes que ser creativo —le dijo ella—, no cuentes tus chistes manoseados.
—Antes te gustaba todo lo que fuera manoseado. Ahora te da miedo probar algo nuevo.
—Pero así la cosa es ordenada. No como esta selva que no tiene baños con paredes y nadie hace nada contra estos malditos mosquitos —dijo dando manotazos—, y además estos indios mal vestidos no estaban en ningún folleto.
—No me refiero a esta selva ni a estos nativos; ya que tú solo tienes creatividad para criticar a mi familia.
—¡Ja!, es que si hubiesen premios Guinnes de ordinariez tu familia los ganaría todos
—¿Por qué no te quedaste en el hotel a ver basura en la televisión?
—Mira, idiota, yo veo programas culturales.
—Sí, claro. Es de mucha cultura ver cómo una tipa muestra en vivo cuando le pone los cuernos al marido.
—¡Cállense, no sigan! —terció el jefe—. Los vamos a cocinar, pero no los vamos a comer.
—Pero si no nos van a comer, nos pueden dejar ir; no hay necesidad de cocinarnos. —dijo el hombre.
—Los entregaremos cocinados a nuestros enemigos; ellos se envenenarán y ya no habrá más guerra.
La mujer lo miró con ojos ardientes mientras le apuntaba con el dedo.
—¡Escucha sabandija! Si nos cocinas, nuestro veneno quedará por siempre en tus ollas; en tus toallas, en el baño, en tu refrigerador, en el control remoto, en tus sábanas y en el aire acondicionado de tu tribu.
El jefe indio retrocedió espantado ante esa maldición.
—Lárguense y no vuelvan más.
Mientras se iban caminando, el marido le preguntó:
—¿Cómo se te ocurrió eso? No es tu fuerte ser creativa.
—Es la sensación que queda en mi casa cuando tu familia viene de visita.