Así obtuve el Diccionario de Nudos

Así fue como el extraño “Diccionario de Nudos” llegó a mis manos:

Todo pasó por culpa de ese par de libracos que había escrito: uno era “El Bostezo de los Lagartos” que mereció algunas tibias reseñas en periódicos regionales y el otro era “Cumbia Política”, que se vio favorecido por los improperios emitidos por ciertos honorables senadores y diputados, los cuales se vieron reflejados en algunos personajes de muy baja moral.
Seguro que ustedes recordarán “Cumbia Política” porque de ahí salió esa tonada bailable y pegajosa que decía:

“Ay mami, que baila apretado el senador
Ay papi, ¿qué quiere contigo la diputada?
Ay mami, que no se acaben las elecciones
Ay papi, que vivan las votaciones”

Bueno, es a raíz de eso que los vecinos y pescadores de ese poblado costero me veían como escritor, tal como mirarían un pez extraño en la duda de si devolverlo al mar o tirarlo a la basura. También me miraban con cuidado por si compraba mucho vino, o si pedía más fiado de lo normal, o si daba miradas muy pegajosas a las mozas del lugar. El punto es que después de dos años viviendo ahí ya me trataban de vecino.

Estaba una noche escribiendo en el restaurante que da al costado del muelle, bien acompañado de un vaso de vino y un trozo de queso maduro. Me gustaba el lugar, pues tenía mesas grandes y yo acostumbrada escribir en hojas sueltas y desparramadas.
En cierto momento sentí que, a mi lado, un hombre de pie me observaba como esperando algo. A veces entraba gente a pedir dinero y en mi bolsillo siempre guardaba algunas monedas para que un visitante remojara la garganta. Pero esta vez prefería que lo hiciera en otro sitio, pues estaba en modo convoy y no tenía ganas de detenerme a charlar.

Levanté la vista. Era un hombre alto, delgado, llevaba una anticuada chaqueta y unos pantalones que parecían húmedos. De hecho noté que toda su ropa, incluso sus largos y frondosos bigotes se notaban muy mojados.
Tomé unas monedas de mi bolsillo y se las ofrecí.
—Pida una copa, amigo, pero ahora estoy trabajando.
Se acercó con unos papeles en la mano. Comencé a revisar las húmedas y manchadas hojas. Tenían un fuerte olor a algas. Algunas estaban pegadas entre sí. Contenían textos cortos. La mayoría eran definiciones o comentarios. También tenía desperdigados relatos cortos.
—¿Usted escribió esto? —le pregunté.
—No, pero tiene que hacerse cargo de eso.
—¿Qué cosa?
—Debe publicarlas. —respondió el hombre.
—Puede ir a la ciudad a que se lo publiquen. —le indiqué.
—Usted es el escritor más cercano al mar y nos tiene que ayudar.
—¿Ayudar a qué?
—A deshacernos de estos papeles, así podemos estar en paz. Los recogimos del mar, estaban envueltos en papel encerado. Alguien los lanzó de un barco, quizás. Aquí tiene más papeles escritos —dijo pasándome un bulto enrollado.
Volví a examinarlos absolutamente intrigado. No tenían un orden, algunos estaban escritos de lado, otros patas para arriba e incluso algunos textos se superponían. Parecía un diccionario bastante burdo.
La hoja más gruesa, como portada, decía “Diccionario de Nudos” y tenía dibujados una serie de nudos. Para despistar, o quizás por qué oscura razón, alguien le había colocado esa portada al mal encuadernado libro.
—Se ve interesante. Veré por ahí quien pueda publicarlo —dije mientras volvía la vista a mi visitante.
Casi me caigo de la silla al darme cuenta de que a mi lado no había nadie. Levanté el mantel de la mesa y miré debajo pensando que el tipo debía ser muy ágil para esconderse tan rápido, pero no estaba ahí, tampoco debajo de las otras mesas. No estaba en el baño y si hubiese salido por la puerta lo habría escuchado, pues tenía una campanilla escandalosa para que nadie se fuera sin pagar. Así que volví a mirar bajo las mesas.

La muchacha de la barra, al ver que yo husmeaba en cuatro patas de un lado a otro, me dijo.
—¿Ya se emborrachó y solo con media botella?
Me levanté y le pregunté.
—¿Viste al tipo alto que estaba a mi lado?
—No.
—¿Me estás tomando el pelo?
—Segura que no, debe estar viendo fantasmas.
—Ese tipo me dejó esto —exclamé colocando los papeles en el mesón. —Parece ser un diccionario de nudos.
—¿Un diccionario para atar cosas o para desatarlas?
—Candela mía, —le dije— tú sí que alumbras mis oscuridades. Una noche tenemos que charlar los dos solos.
—No venga con sus zalamerías de nuevo, conmigo no conseguirá nada —respondió mientras me extendía su mano con un papel con el valor de lo consumido, y también con lo que debía de la semana anterior.

Pagué a regañadientes, recogí los húmedos papeles y me marché a mi cabaña a continuar la lectura.
Al amanecer ya tenía claro que muchas de las definiciones incurren en notoria falta de seriedad. Unas parecen ser escenas capturadas desde extrañas perspectivas, otras parecen ser una ruta de enfoque. Quizás, como dijo la avispada mesera, solo sea un diccionario para atar o desatar cosas.

Aquí debo confesar que me he tomado la libertad, o la sinvergüenzura dirán ustedes, de sacar algo de aquí y de allá para darle algo de sazón a mis propios escritos. También hay nuevas palabras y definiciones que voy descubriendo a medida que separo con cuidado aquellas hojas que aún están pegadas.

Si el autor, o autora, aún vive le ruego acercarse para que, al calor de un vaso de vino, podamos compartir las regalías de demandas e insultos que esta publicación pudiese generar. Si ha fallecido, le deseo que tenga una buena nueva vida, su espíritu o lo que sea entenderá a qué me refiero.

Por lo que he visto hasta ahora, el Diccionario de Nudos comprende más de 300 definiciones por llamarlas de alguna manera. En algún momento, no sé, quizás el próximo mes o el próximo año, estaré publicando parte de lo que hay en estos papeles.