Aladino encontró una vieja lámpara en el desierto y se puso a frotarla con su manto para sacarle la suciedad. De pronto, esta comenzó a saltar y salió de ella un gigantesco genio.
—¡Ahhhhh!, ¡al fin libre! —dijo mientras se estiraba. Luego volvió la mirada al aterrado Aladino.
—No temas, en agradecimiento por liberarme te voy a conceder un deseo, solo uno, pues estoy obligado a ello. Pero primero tengo que deshacerme de un montón de smartphones que tengo acumulados.
—¿Y qué es un smartphone? —preguntó Aladino.
—Es como un espejo mágico al que le hablas y te contesta —dijo el genio mientras le mostraba uno—. Mira, puedes ver y hablar a gentes de otros países, jugar a las carreras de camellos, capturar en imágenes las figuras de las personas y muchas cosas más.
—Dámelos todos entonces, para pedirte un deseo.
—La condición es que le vendas uno a cada persona hasta que se acaben, así te podré conceder el deseo que quieras.
Aladino tomó un saco lleno de smartphones y fue al mercado dispuesto a vender cada uno por 10 monedas de oro.
Muchas personas vieron que era un aparato bonito pero muy caro, de modo que les rebajó el precio al pago de una moneda de plata mensual con contrato por dos años. A Aladino le fue tan bien en los negocios que cada semana iba adonde el genio a buscar un nuevo saco de smartphones.
Así sucedió hasta que un día se acabó la mercadería.
—Aladino —dijo el genio—, ahora que se acabaron los celulares puedes pedirme lo que quieras, ¿Deseas ser el dueño de este universo y todos los otros universos, con todos sus dioses, reyes, riquezas, tierras y camellos?
—Déjate de burradas —respondió Aladino—, y dame un smartphone que sea mejor que los otros.