Si, te contaré de esa niña,
y su sueño.
Y también de esos días
de vientos lunares
en que a las flores
se les caían sus pétalos,
y los grillos enmudecían
por temor a la oscuridad.
En esa época
se enseñoreaba del mundo
un mordiente aullido
que bajaba de las montañas.
Recorría senderos
tapizados de polvo y olvido.
Escurriéndose por chimeneas
y zaguanes,
trizando ojos y corazones
tiempo ya congelados.
Pero había un sueño
que se ocultaba en
los suspiros de los espejos
y en añejas bibliotecas.
Era un sueño de tibio verdor
con aromas de hierbas,
tierra húmeda,
y raíces de pradera.
El sueño despertó a la niña.
Aspiró el aire frío y oscuro.
Enfundó su capa de lana
y con pies desnudos
subió a la montaña,
intentando en vano
aplacar el viento con sus versos
para volver de nuevo al sueño.
Ya agotada,
sin esperanza,
se desprendió de su capa.
Prefirió morir congelada
si ya no podía soñar.
Pero el viento se detuvo
al sentir esa piel cálida.
Se hizo también el silencio,
cuando se recogió el frío
a sus reductos de hielo.
Y se escuchó el latido
de la savia
subiendo por los pinos.
Abajo, en el valle,
entre sauces y tejados,
se encendieron los fuegos
para el primer desayuno.
Los ojos de la niña
ya no buscaban el sueño,
ni su capa,
ni saber el origen del viento.
En el silencio
había escuchado un lejano latido.
No era de leños
crepitando al fuego,
tampoco del agua
saltando en la cascada.
Era un sonido suave,
un susurro que decía su nombre,
llamándola a abrazos
y jugueteos entre la hierba
para dibujar en el aire
todos los antiguos nombres
que significan primavera.
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marzo 31, 2022