El ratón Ratonilo encontró una pequeña flauta amarilla en un basural. No sabia cómo se tocaba pero si había visto en un libro que se ponía en la boca como si fuese una pajita. Espero a que sonara, pero no pasaba nada, después de un rato se cansó y dio un suspiro, la flauta emitió un ”Fiuuu”.
“Hay que soplar —pensó Ratonilo— el sonido es con viento”
Llenó sus pulmones y comenzó a sacar sonidos de su instrumento, también se dio cuenta de que al tapar algunos hoyitos el sonido salía más grave o agudo.
Como los demás ratones se reían y lo molestaban por su nueva afición, se iba lejos, al bosquecillo del otro lado del cerro, con su pequeño instrumento.
Una tarde, en que estaba abstraído tocando, cayeron sobre él cuatro enormes gatos, lo tomaron a él y a su flauta, y lo metieron en una bolsa. Después de mucho rato de, en que fue sacudido de un lado a otro, la bolsa se abrió de golpe y cayó de nariz al suelo. No sabía en qué lugar estaba pero el suelo era muy duro.
—¡¡Saluda al rey!! —ordenó una fuerte voz.
Ratonilo, que había quedado frente a un viejo jarrón, dijo:
—Bu…bu… buenas tardes, señor rey jarrón.
—Mira hacia acá, ratón tonto —dijo la misma voz.
Ratonilo se dio vuelta y vio a un gato gordo y feo echado en un cojín y por todos lados muchos gatos de miradas nada amigables.
—Di…di…disculpe, señor gato, don rey jarrón —dijo Ratonilo más asustado y confundido aún.
—¡Oh no! —gritó el rey de los gatos—. Les pedí un delicado pájaro cantor para que me cure la melancolía y me traen un ratón tonto y tartamudo. ¿Acaso quieren verme siempre enfermo?
—Pero, Su Alteza —dijo uno de los gatos—, este ratón tenía música cuando lo capturamos; seguro que le quita la melancolía.
— ¿Es cierto eso? —preguntó el rey, mirando fijamente a Ratonilo—. Veamos, ratoncillo, haz música ¡ahora!
Ratonilo fue a buscar su flauta que había quedado en el saco, pero se puso a tiritar de pavor al ver que estaba hecha pedazos. Nuevamente tartamudeando, le dijo al rey:
—Re…re…re…rey gato, aho… aho… ahora no no pu…puedo ha… ha… ha… hacer mu… mu… música po…po…porque te…tengo los huesos go…golpeados, el es… esto… estómago vacío, la…ga… la…garganta seca y el co…co…corazón co…convulsionado.
El rey de los gatos ordenó que se le encerrara en el cuarto de invitados y se le diera comida, bebida y descanso y que al otro día se presentara ante él.
Esa noche, encerrado en una lujosa habitación, Ratonilo no tenía idea de cómo reparar su flauta, pero sí sabía cómo podría arreglar su situación. Se estiró con un bostezo y, arropándose en su camita, se dispuso a soñar con quesos y ratoncitas.
Al día siguiente, el rey de los gatos lo llamó a su presencia y nuevamente le ordenó que tocara su música.
Ratonilo le dijo:
—Verá usted, don rey gato, yo soy un gran artista y antes de hacer música tenemos que resolver sobre mi salario, mi alojamiento, los trajes y joyas que usaré, mi rango en este elegante palacio y, además, debo disponer de un magnífico escenario para expresar mi talento.
—¿Un qué?, ¿de qué?, ¿cómo…? —exclamó el rey.
—Verá su majestad —le dijo Ratonilo, mientras se acercaba a hablarle—, su palacio se convertirá en un faro de la música y en los demás reinos se hablará de usted como el soberano de mejor gusto musical.
—Síííí… y si además me nombro, es decir, tú me nombras Protector de las Músicas.
—Por ahora —continuó el ratón—, necesito 20 monedas de oro al mes, tres trajes de seda, 6 pares de botas, 2 kilos de queso, y, como mínimo, debo ser duque o conde y debe construirse un gran teatro.
—¿Y si te escapas, ratoncillo? —dijo el rey gato—. Te daré todo eso, pero para asegurarme que no huyas, te pondré una cadena al cuello, y será de veinte pasos de largo para que puedas pasear.
—Que sea de 75 pasos —dijo Ratonilo.
—De 25 pasos —dijo el rey gato, a quien le gustaba mucho negociar.
—De 68 pasos y medio más dos anillos de diamante —respondió el ratón.
—De 30 pasos y medio más un anillo de plata y 2 monedas de oro—contestó el gato.
—De 32 monedas de oro, más tres espadas de plata, dos anillos de oro, una capa roja bordada de diamantes, y cuatro caballos —dijo Ratonilo.
—De 20 monedas de oro, una espada de plata, un prendedor de diamantes y un caballo —le ofreció el rey.
—No estoy totalmente conforme, pero aceptaré las 25 monedas de oro, las dos espadas de plata, el prendedor de diamantes y sólo un caballo —dijo el ratón rápidamente.
— ¡Trato hecho! — exclamó el rey, con cara de triunfo—. Entonces ahora harás música.
—Pero, rey —dijo Ratonilo—, será más grandioso aún, si invitas al rey de los perros, al rey de los elefantes, al rey de los leones, al rey de los patos y a todos los demás reyes para que me escuchen y queden admirados de tu excelente gusto musical.
—Bien —dijo el gato—. Invitaremos a todos y haremos una gran fiesta. Juro que todos me recordarán por mucho tiempo.
El día de la fiesta llegaron el rey de los caballos, el de las ovejas, el rey de los leones, de los osos, de los perros, de las vacas, de los patos y muchos más. Todos comentaban, cuando paraban de comer y beber, de la gran sorpresa musical que les tenían preparada.
Cuando ya casi no quedaba nada de comer, el rey de los gatos, encaramado en una silla, los invitó a ingresar al recién construido teatro. Ya todos sentados, quietos y silenciosos miraban el escenario en donde no tardó en aparecer el ratoncillo, listo para hacer su música.
Ratonilo paseó la mirada lentamente por todo el auditorio, tomó todo el aire que pudo y en seguida empezó a recitar:
—Grrrr grrr, guau guau, oinc oinc, cuac cuac, yyyyyyyy yyyyyyyy, gruaccc gruaccc —chillando, gruñendo, rebuznando y resoplando.
—¿Qué es esto? —gritaban bramando y aullando los reyes invitados.
—¡Un atropello a mi dignidad! —exclamó el rey de los chanchos.
—El rey de los gatos nos está insultando —rebuznaban otros.
— ¡El muy animal y cobarde entrenó a este miserable ratón para reírse de nosotros! —gritaba el rey de los bueyes.
—Déjenme pasar para morder a ese gato —decía uno.
— ¡No me aplasten, bestias, que no lo alcanzo! —gruñía el cocodrilo.
— ¡Tírenlo para acá, que yo también quiero pisarlo! —despotricaba el elefante mientras el rey gato recibía mordiscos, zarpazos y patadas.
El rey de los caballos y el rey de los monos se retorcían de risa y recibieron tal trompazo del elefante, que cayeron desparramados por el suelo. Se levantaron de un salto, pero atacaron por error al rey de los jabalíes, que las emprendió a ciegas contra todos y ahí ya no se pudo saber quién mordía a quién. Estaban todos inmersos en un vibrante racimo de pelos, mordiscos y patadas.
Ratonilo, que en una ventana estaba listo para irse con su bolsa con oro y joyas, escuchó que de algún lugar de la batahola gritaba el rey de los gatos:
—Ayyy ¡Ratón mentiroso. Ayyy. Me engañaste!
Ratonilo, ya dispuesto a saltar por la ventana, replicó haciendo bocina con sus manos:
—Pero rey gato, si ya estás curado de la melancolía.