Es día de primavera, los campos compiten en mostrar sus vivaces paletas de colores. El jugueteo del viento trae de algún lugar las palabras de una conversación.
—Tienes que ir. —dice una voz de mujer— Siempre alegas que ya no vale la pena danzar, que el mundo está ciego y enfermo.
—Es cierto —responde un hombre—. Ya nadie mira si bailamos. Nadie nos ve. Excepto algunos pequeños de mirada abierta y esos son cada vez más escasos.
—Ahora es diferente. —agrega ella.
—¿En qué es diferente?
—Es en la casa de un poeta.
—¿En verdad? —exclamó él— ¿En la casa de un poeta? ¿Cómo no lo has dicho antes? Bailaremos entonces la lenta danza de los ojos tristes y las palabras mustias, ¿O será mejor el anárquico zapateo de la rebelión?
—Ni se te ocurra. Es una bebé. No es una poetisa trágica ni una revolucionaria.
—¿Cuál entonces? —replicó el hombre.
—La antigua danza de bienvenida.
—¿Tomados de las manos con suaves giros en ocho y doble pirueta por el techo?
—Sí. —dijo ella.
—Esa le gusta mucho a los bebés, ¿Y en cada vuelta le puedo hacer cosquillas en el cuello a la pequeña?
—Sí.
—¿Y susurrar en las orejas el cortejo de los ruiseñores? —preguntó él.
—Sí.
—¿Y pellizcar las nalgas de las invitadas?
—¡No! —respondió la mujer.
—Pero si nunca saben que soy yo. Siempre creen que les pica la ropa.
—Es una bienvenida a una bebé, no es ocasión para que hagas travesuras.
—Bien, bien. Estoy listo.
—¿Y qué llevas en la bolsa? —inquirió ella.
—Mi flauta para calmarla cuando llore. Lápices de colores para pintar rayitos de sol en su cuarto en los días nublados, y mi almohada para estar de noche al alcance de su mano.
—Cuando te pones así… me dan ganas de volar, fundirme y explotar contigo.
—En el camino podemos parar en algún prado y… —propuso el.
—¿Te crees que voy a llegar con el pelo enredado y salpicada de ramitas de trébol?
—Eso mismo; hay que llegar bañados en tréboles de cuatro hojas para repartir suerte a todos.
—Gracias. —dijo ella.
—¿Gracias por qué?
—Por contagiarme con tu dicha.
—No soy yo. — contestó él— La culpa de esta enfermedad la tiene el poeta.