Es noche despejada y tranquila, de pronto el quejido de una mujer rompe la quietud.
—Aghhhh, aghhhh.
—Matilda —dice un hombre—. Despierta.
—Qué pesadilla tan horrible —dijo ella incorporándose en la cama—. Soñé que todo lo malo que me sucedía en la vida era causado por mí.
—¿Enciendo la luz? —dice él.
—No, gracias. Voy a refrescarme a la ventana.
—Te acompaño.
—¿No te molesta? —preguntó la mujer.
—No. Ya estaba despierto.
—¿Dónde estarán las Tres Marías? —preguntó ella mirando el cielo.
—Deben estar cazando algún José extraviado —respondió él.
—Jaja. Seguro. ¡Mira! la Cruz del Sur —comentó la mujer indicando al cielo con el dedo.
Al no recibir respuesta volteó la cabeza y vio que el hombre estaba sacando a tirones la colcha de la cama.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Esto va a servir allá afuera. —replicó él.
—No voy a dejar que la botes. Yo trato de tener la casa ordenada y tú siempre…
—Es para abrigarnos. —explicó él.
—¿Abrigarnos?
—Si, para abrigarnos mientras vemos las estrellas desde el jardín —dijo echando la colcha sobre sus hombros y tomándola de la mano.
Se tendieron en el prado a ver las lejanas luces titilantes. Quedaron en silencio un buen rato, sobrecogidos del cielo que parecía alimentarse solo de silencio.
—Ahora entiendo lo que dijo un astronauta —murmuró él.
—¿Qué dijo?
—Que en el cielo siempre es navidad. Mira Matilde —dijo apuntando su dedo a lo alto—, es como si el cielo fuese un bosque de árboles navideños invisibles y vemos sólo sus lucecitas.
—Es verdad —dijo ella—. Es entretenido jugar a ser astronauta.
—Si. Es entretenido jugar a no ser lo que siempre somos.
La mujer levantó la cabeza para mirarlo a los ojos mientras le pasaba los dedos por el pelo y le preguntó:
—¿Recuerdas lo que te dije de mi pesadilla?
—Si; que todo lo malo que te sucedía era causado por ti.
—Quizás no se trató de una pesadilla. Creo que fue un sueño para cambiar las pesadillas de mi vida.