Los laberintos y la montaña

Podía haber retrocedido, rechazado la invitación, pero cuando uno ya ha conocido suficientes mundos en la tierra resulta atractivo conocer también los del inframundo.
J no preguntó nada más. Nos adentramos en silencio por la montaña, cada vez más profundo por esas laberínticas cavernas. A veces sentía que él se complacía cuando, en una bifurcación, era yo quien elegía alguno de los pasadizos, y en verdad era como si ya los conociera.
¿Cuánto anduvimos?, no sé, quizás fueron horas o quizás días.
Llegamos a un lugar tan amplio que no se veía el techo de roca. Subimos por unos escalones hacia una especie de terraza. J indicó con su mano que me sentara en una roca y quedara en silencio.
A pocos momentos apareció una figura por uno de los pasadizos, caminaba desorientado, a veces corriendo, tropezando y sollozando. Desapareció por uno de los oscuros túneles. Luego apareció otro, de diferente contextura, temeroso, moviéndose a pasos muy cortos. Vi muchos ¿Cuántos eran? ¿Treinta o trescientos? No recuerdo bien, solo sé que el último de ellos caminaba con aplomo, más atento, y por momentos se quedaba mirando donde estábamos como si algo le llamara la atención.
J no necesitó preguntarme si los reconocía. Los conocía muy bien; sus historias, sus dolores, sus pensamientos, también sus amores.
De improviso los pasadizos comenzaron a llenarse de agua. Primero era un arroyo y luego furioso torrente que subía por las paredes. Costaba respirar. Desesperado, comencé a manotear. J, frente a mí, abrió su mano en gesto de soltar y dejé de luchar. Ya no me ahogaba.
De pronto me vi cabalgando en un corcel por la pradera.
Detuve mi cabalgadura y descendí a acariciar algunas briznas de hierba.
El sol acababa de ponerse en las montañas. A lo lejos ascendían volutas de humo de los fuegos de los calderos de mi gente.
El aire comenzó a refrescar mientras asomaban con timidez las primeras estrellas. Una leve brisa me traía sabor a fresas..
Podía regresar a mi aldea y creer que solo había tenido un sueño, pero no era esa la paz que buscaba. Preferí regresar, ir más allá de los laberintos y la montaña.