El rey de Ceilán despertó angustiado por una pesadilla, y, con miedo de volver a dormir, se dirige a las habitaciones de su esposa.
—¿También has tenido un mal sueño? —dice al entrar y ver que ella estaba despierta.
—No, es decir sí —responde nerviosa mientras se acomoda el cabello — ¿Qué ha sucedido?
—Soñé que iba caminando y, al volverme atrás, vi que cada paso que daba era una tumba, y en cada una de ellas estaba escrito mi nombre. Yo soy el rey y no puedo ir dejando tumbas mías para que otros las pisen.
Llamó a los guardias y les ordenó que trajeran de inmediato al gran emir para que le diera una respuesta.
El viejo emir trató de interpretar el sueño de diferentes maneras, pero el rey lo detuvo diciendo:
—No quiero el significado, quiero que no vuelva a suceder.
—No puedo cambiar un sueño, su alteza.
—Pues inclina tu cabeza, la vas a perder ahora mismo si no resuelves esto. —dijo furioso desenvainando su espada.
El emir se arrodilló y agachó lentamente su cabeza, mientras veía el rostro aterrorizado de la reina. Su mejilla casi tocó el suelo, y mientras esperaba el golpe, observó que bajo la amplia cama había una escoba, y detrás de ella estaba el asustado rostro de un joven barrendero.
Ambos quedaron mirándose un momento y de pronto el muchacho movió la escoba en leve vaivén.
—¡Eureka! —dijo el viejo, mientras se levantaba con la escoba en la mano. —aquí tengo la solución.
—¿Cómo dices? —exclamó el rey.
—Mi señor. Salgamos al jardín, yo iré tras usted borrando todas sus pisadas.
—Qué idea tan divina —dijo la reina con un suspiro.
El rey salió a caminar y el emir fue tras él, barriendo el suelo de forma tan monótona que, al poco rato, el monarca se puso a bostezar mientras comentaba.
—Esto está muy bien, y… ¿Has visto que mi esposa está muy bella?. Iré a pasar esta noche en su lecho. —Dijo mientras se devolvía a pasos rápidos.
—Pero su alteza, aún no ha caminado lo suficiente para… —dijo el viejo al tratar de detenerlo.
—Mañana continuaremos —respondió él abriendo la puerta de la alcoba.
Se sorprendió al ver al barrendero, balanceando los brazos, detrás de la reina que caminaba vistiendo un camisón.
—¿Qué hace aquí este hombre? —preguntó.
—Lo llamé para que barra mis pisadas —dijo ella —y por favor retiraos que esta noche tiene mucho trabajo barriendo también las pisadas de vosotros.
—¿Pero por qué no lleva una escoba? —inquirió el rey
—No te das cuenta —respondió ella —de que tiene una escoba invisible para borrar malos sueños, ¿no es así gran emir?
El gran emir sonrió, se sacó el turbante y dijo
—Ya no puedo continuar con este juego.
—¿Qué juego? —preguntó el rey.
—El juego de la vida. No veo la escoba invisible, esa no es mi labor. Tampoco puedo borrar tus pisadas, ese es tu trabajo. Renuncio a ser el gran emir, mis bienes y mi cabeza están a tu disposición.
El monarca casi estalló de cólera. Luego respiró profundo, dio un par de vueltas sobándose la barbilla y preguntó.
—¿Si te corto la cabeza serás una nueva tumba tras de mí?
—Así es, desgraciadamente para ambos.
—¿Y quién serias si te perdono la vida?
—Un hombre que ve la realidad.