Cuando la tímida luz del amanecer sopla las sombras del dormido pueblo, el paso de un carro por el empedrado saca a Mariana de su tranquilo sueño.
Con un trit tat toit, trit tat toit resuena el carruaje por la desierta calle,
¿O será que Mariana en su sueño escucha? ¿Vendrá hoy?, ¿vendrá hoy?
No quiere abrir aún los ojos, pero su cara es sonrisa cómplice de los ecos de risas y susurros en su almohada cobijados.
Mientras, como un manantial de agua caliente, le surgen ruborosos calores cabalgando en recuerdos de caricias bajo sus sábanas.
Se despereza en la cama dejando su mirada escapar por la ventana. Afuera, las ramas de los álamos esperan el viento de la mañana.
Se sienta en la cama mientras sus desnudos pies, como animalitos ciegos, tientan el suelo en busca de sus sandalias.
Unos pájaros, afuera a la distancia, pareciera que graznaran; hoy es la mañana, Mariana, hoy es la mañana.
Sentada, mirándose al espejo, inclina la cabeza, acariciándose el cuello,
Toma una cinta azul entre sus labios y se pregunta ¿será este el día, el día del regreso del fugaz pintor viajero.?
Pintor de lunas y estrellas que, en cálida noche de enero, engalanó de universo todos los rincones de pequeño cuarto.
La mañana se hace fácil, se hace etérea, es como si cada mañana fuese navidad para Mariana.
Cantando enciende el horno y con diligentes manos prepara las tortillas en el pequeño mesón.
Mira el viejo reloj de la pared y Aún queda tiempo para recibir el fresco en las mejillas mientras da grano a las gallinas.
Ya a las diez está en el andén, con su canasta y su chupalla, mas fiel que la montaña que recorta el cielo frente a su ventana,
En espera, con los panes y su corazón arropados en ardiente calor.
Otea el final de la línea, allá por donde se incrusta en el horizonte, esperando que le traiga el amanecer verdadero.
A sacudidas se detiene el tren, con un cuarto de retraso, viajeros bajan estirándose y alisando sus ropas, otros torpemente suben con maletas y bultos, algunos se detienen a comprar los tibios panes de Mariana.
Su mirada no cuenta panes ni monedas, solo busca entregar el único pan cuyo dueño no ha sabido regresar.
La locomotora se sacude en avergonzada disculpa y uno a uno los carros comienza a tirar.
La mañana de Mariana ha consumido el día, el sol se ha ido con el tren de mediodía.
Ya no habrá tren hasta mañana en la mañana, la mañana de Mariana.