La alfombra voladora

Al reino de Iskaidan llegó un buhonero con los remedios de costumbre para la caída del pelo, otros para devolver la virilidad a los hombres y también encantamientos para atraer la buena suerte. Como advirtió que esas cosas ya no atraían el interés de los pobladores comenzó a anunciar en alta voz.
—He traído conmigo lo que nunca se ha visto; una alfombra voladora que les puede llevar a lugares remotos. Por una moneda de plata los puedo transportar al otro lado del desierto y el mar.
Muchos no le creían pues era una alfombra común y corriente y que además se veía muy vieja y gastada.
Un joven vendedor de baratijas se acercó y le dio una moneda de plata. Ambos se subieron a la alfombra, esta tembló y se elevó hacia el cielo hasta perderse en las nubes.
Todos quedaron con la boca abierta y, minutos más tarde, la volvieron a abrir mas grande aún, cuando los viajeros volvieron.
—El mar, —decía el vendedor de baratijas— desde arriba se ve el mar, y en el hay barcos. Me iré a la costa para subir a un barco.
Muchos quedaron maravillados y pagaron la moneda de plata no solo para viajar si no que también aprovechaban de traer dulces de Basora, nieve de las montañas y libros de Alejandría.
Un día llegó una mujer cubierta con un velo acompañada de dos esclavas.
—Toma una moneda de plata, —dijo la esclava de más edad.— Mi ama desea que la lleves en tu alfombra.
—Las esclavas, abrazadas de susto, vieron cómo se elevaba la alfombra con las dos figuras sentadas en ella. Ya se desvanecía el día cuando vieron regresar a los viajeros.
—Ama, —dijeron las esclavas— teníamos temor de no volverla a ver, ¿Qué trae en esa bolsa?
—Telas, instrumentos y libros. Pero lo mejor es lo que he visto y escuchado —dijo mientras miraba de reojo al buhonero. Este le ayudó a descender de la alfombra mientras en un susurro le decía:
—Su alteza, todo lo visto y oído no es nada comparado a lo que uno mismo puede hacer.
Esa noche estaba el buhonero descansando al lado de su carruaje cuando llegaron los guardias del rey para tomarle prisionero.
En la mañana compareció ante el monarca quien le preguntó:
—¿Es cierto que tienes una alfombra voladora que usas para llevar a las personas a otros lugares?
—Si su alteza.
—¿Y también es cierto que esas personas aprenden cosas que no son de este reino?
—Puede ser así su alteza.
—Y que a causa de eso quieren cambiar las leyes y las costumbres.
—Eso depende de las personas, no de mí.
—Pero eres tú el causante de todo eso.
—¿El camino que rompe la rueda es culpable de que la rueda esté agrietada y el carro sobrecargado?
—¿Estas mofándote de mi autoridad?
—He aprendido que la única autoridad de un hombre es su propia respiración. —respondió el buhonero.
—Entonces verás que mi autoridad puede detener tu respiración: serás colgado al amanecer y tu cadáver arderá envuelto en la alfombra.
En ese momento apareció la reina quien había sido avisada de la detención del buhonero.
—¿Qué ha sucedido.?
—Ha desafiado mi autoridad y por eso será ejecutado al amanecer.
—¿Puedes perdonarle la vida si te lo pido?
—No es posible. Mi palabra es ley.
La reina juntó las palmas de sus manos y las llevó a los labios en son de súplica.
—¿Y si atrasas la ejecución un mes, para que pueda arrepentirse de sus palabras?
—Así se hará. La ejecución será en un mes, pero la alfombra irá al fuego hoy mismo.
El buhonero quedó confinado en un calabozo y la reina lo visitaba todos los días para que reconsiderara sus palabras.
Transcurridos dos semanas ella fue donde el rey para una nueva petición acerca del prisionero.
—Sabes que no le voy a perdonar la vida. —dijo el monarca.
—No es eso. Quiero para mi todas las maderas del patíbulo.
—Bueno, las tendrás todas y puedes hacer con ellas lo que quieras. —¿Y las palabras de arrepentimiento?
—Dijo que se las dirá al verdugo antes de morir.
Llegado el día de la ejecución el buhonero fue colgado al amanecer. La reina se ocupó en que lo enterraran mientras ordenaba que todas las maderas del cadalso las llevaran a su habitación.
Esa tarde el rey fue a verla mientras ella estaba acompañada de varias damas.
—No logro entender las palabras del buhonero, —comentó el soberano— solo le dijo al verdugo “Me gustaría haber sido más discreto para haber vivido más, pero la vida nunca es discreta a los ojos abiertos”
—Creo que expresa mucho arrepentimiento.
—Sí, eso parece, ¿Y qué haces con esas maderas y estas doncellas?
—Telares, telares para fabricar alfombras.