El primo del norte

María Ignacia está frente a la cama de Bartolito tratando de despertarlo.
—Bartolito, es hora de levantarse.
La niña se acercó más a la cama.
—Bartolito, te ha crecido la nariz y estás roncando como mi papá.
—Es mi primo. Está durmiendo en mi cama. —dice el niño desde la cama del fondo, mientras se levanta rascándose la cabeza.
—Bartolito ¿Es tu primo?, ¿de verdad?
—Si, trabaja en el norte. Se llama Pedro.
—Pensé que habías crecido mucho. Es bonito tu primo, se parece a ti. —dijo María Ignacia mientras inclinaba la cabeza para verlo mejor.
—Hay que dejarlo dormir porque llegó cansado.
—¿Llegó anoche? ¿De dónde vino? ¿Los primos grandes llegan de noche a las casas?
—No. Llegó a almorzar y se puso a dormir en mi cama desde ayer en la tarde, dijo que tenía el trasero plano por el viaje en bus desde Antofagasta.
—¿Será verdad? —dijo María Ignacia mientras trataba de dar una mirada levantando un poco más la frazada.
—No. Puede despertar. Espera en la cocina mientras me visto. Baja contando escalones y te alcanzo.
—Cuento hasta diez por escalón —dijo María Ignacia.
—Cuenta quince por escalón y te voy a ganar igual —respondió Bartolito.
— ¡A la una, a las dos y a las tres! —dijo ella.
María Ignacia corrió a la escala mientras, a toda velocidad, contando hasta quince para bajar el primer escalón. El niño fue rápido a vestirse para alcanzarla antes que alcanzara a llegar abajo.
—Ya estoy casi listo —dijo Bartolito— mientras se ponía el pantalón al revés y las zapatillas sin abrochar. Alcanzó a María Ignacia en mitad de la escalera.
Ella estiró los brazos para no dejarlo pasar. Bartolito se agachó para tratar de pasar por abajo mientras contaba enredado para confundirle la cuenta.
—Tres, dos, uno, cuatro. Dos, siete, ocho, uno…
María Ignacia se puso a gritar:
—Así es trampa, ¡te voy a morder! —dijo, abriendo la boca como tiburón.
María Ignacia le quitó una zapatilla y la lanzó por la escala al segundo piso. Mientras Bartolito subía a buscarla, la niña seguía bajando, pero ahora contando con trampa.
—…diez, once, doce, otro escalón, doce, trece, catorce, otro escalón.
Llegó abajo y fue corriendo a sentarse en la mesa de la cocina.
—Niños, no hagan ruido que su primo necesita descansar —dijo la mamá de Bartolito.
—Pero ya ha dormido mucho; quiero que se despierte para que juegue conmigo —dijo Bartolito, entrando a la cocina.
—Y que juegue conmigo también —agregó María Ignacia.
—Deben dejarlo tranquilo porque tiene que arreglar un asunto serio.
—Nosotros podemos ayudarlo a arreglar ese asunto. El arregla mis juguetes cuando viene.
—No mi amor. Son asuntos de adulto.
—Mamá, ¿los asuntos son problemas?
—Se transforman en un problema si uno no los enfrenta —dijo mientras salía al patio a tender ropa.
—Bartolito —dijo María Ignacia tomándolo del brazo y mirando hacia los lados — los asuntos son como fantasmas; la gente dice que tiene asuntos pero yo no los veo.
—Deben ser cosas aburridas. —dijo él.
—Bartolito, mírame. Yo no soy un asunto ¿no es cierto?
—A ver, tendrías que llamarte Asunta Ignacia.
—Y tú te llamarías Cocodrilo Bartolito.
—Tú, alcachofa de pantano.
—Tú, diez sandías reventadas.
—Tú, cuarenta y cinco cebollas de alcantarilla.
—Tú, sesenta y muchos zapallos podridos.
—Están desayunando zapallo podrido, qué rico, yo quiero zapallo podrido con mantequilla de culebra —dijo el primo que apareció con cara de sueño.
Bartolito saltó a abrazar a su gigantesco primo.
—María Ignacia, puedes abrazarlo por el otro lado, mira, si lo abrazas fuerte no le duele.
María Ignacia lo abrazó tímidamente.
—María Ignacia, tú eres la vecinita del desayuno.
—Sus papás van temprano a trabajar y se queda a tomar desayuno conmigo. —dijo Bartolito
—Hablando de desayuno, me comería un elefante.
—¿Comen elefantes en Antofagasta? —preguntó Bartolito—. No me gusta que se coman los elefantes porque se están acabando.
—No, es una forma de decir que tengo tanta hambre que mejor comería tripitas frescas de niñito. Ahora mismo.
—De mi no —dijo Bartolito mientras se tapaba el estómago con las manos.
La mamá preparó unos huevos fritos que María Ignacia gustosamente aliñó con sal y orégano, y a cada momento le preguntaba a Pedro si quería más aliño, pan o servilletas.
Después del desayuno fueron a comprar más pan y aprovecharon de pasar a ver a su amigo Jaimito.
—Vino el primo de Bartolito —dijo María Ignacia.
—Tiene que arreglar un asunto serio —agregó Bartolito.
—¿De verdad? —dijo Jaimito—. Entonces tiene que matar a alguien. En las películas, si alguien tiene un asunto con otro, tiene que matarlo o si no el otro lo mata primero.
—Yo no quiero que maten al primo —dijo María Ignacia.
—Dijo que iba a salir solo —agregó Bartolito—. Tenemos que ayudarlo.
—Voy a buscar mi pistola de balas de corcho —añadió Jaimito.
Fueron a la casa a ver al primo y a dejar el pan, pero él ya había salido. Bartolito tomó su pistola de fulminantes; no tiraba balas pero igual servía para asustar.
Encontraron a Pedro conversando con un hombre en la esquina, se acercaron con cuidado mientras Bartolito y Jaimito miraban con mala cara al extraño.
María Ignacia se adelantó de repente y le dió un puntapié en la pierna al desconocido.
—María Ignacia, ¿qué pasa? —preguntó Pedro.
—¿Él te quiere matar? Vinimos a protegerte y tenemos pistolas —dijeron mientras mostraban sus armas.
—¿Ahhh? El Juaco es mi amigo.
—¿Y quién te quiere matar?
—Nadie.
—¿A quién quieres matar entonces?
—No quiero matar a nadie ¿Por qué dicen eso?
—La mamá dijo que tenías que arreglar un asunto serio, y en las películas eso significa que tienes que matar a alguien antes que él te mate a ti.
Pedro y su amigo se miraron y se echaron a reír. El amigo se despidió y se fue cojeando.
—El asunto que tengo que ver es con mi novia.
—¿Tienes novia? —dijo María Ignacia con las cejas fruncidas.
—Sí, se llama Leticia. Quedó esperando bebé y su papá me quiere matar.
—¿Ves que te quieren matar? —dijo Bartolito.
—No, es una forma de decir que está enojado.
—¿Va a ser niño o niña? ¿Cómo se va a llamar? Lo puedes dejar en la casa de Bartolito para que desayune y juegue con nosotros —dijo María Ignacia.
—Si es niño o niña igual estoy contento. Vamos a la casa de mi novia para que la conozcan.
Llegaron a la casa de Leticia y salió a abrir un hombre mayor con cara seria. Bartolito y Jaimito estaban con las manos en los bolsillos, acariciando sus pistolas por si acaso. El hombre miró a los niños y soltó una sonrisa
—Así que Pedro viene con guardaespaldas
Los niños sacaron pecho y enderezaron los hombros al escuchar que los llamaban guardaespaldas.
El hombre le dio un apretón de manos a Pedro mientras agregaba– .… pasen todos.
Apareció una joven que abrazó a Pedro y le dio un beso. Miró a los niños y les dijo.
—¿Son tus amigos? ¡Qué simpáticos!
—Es Bartolito, mi primo y sus amigos María Ignacia y Jaimito —dijo Pedro.
—¿Quieren refresco con un trozo de torta? —dijo la mamá de Leticia, trayendo una bandeja con vasos.
— ¡Sííí! —dijeron los tres al mismo tiempo.
—Yo le presté mi cama a mi primo para que durmiera —dijo Bartolito con la boca llena.
—Yo ayudé con su desayuno —agregó María Ignacia.
—Y yo vine a defenderlo —dijo Jaimito para no ser menos.
¡Ay! —suspiró Leticia mientras los miraba con ojos brillosos —quiero tener tres bebés que sean como ellos.