Bartolito y los pancitos de barro

Ya había amanecido, y Bartolito aún dormía con la cara apoyada en la almohada, mientras una gotita de saliva escurría de su boca.
Tic —sonó la ventana de la pieza del niño.
Tic —volvió a sonar el vidrio.
Bartolito se asomó por la ventana, y desde su habitación en el segundo piso vio que su vecinita estaba tirando cosas.
—María Ignacia, no tires piedras a la ventana.
—No son piedras, son pancitos de barro para que desayunes —respondió María Ignacia mientras amasaba un nuevo pancito.
— ¿De dónde sacaste barro?
—De las plantas de tu abuelita.
—María Ignacia, la Mamajose se va a enojar y… ¿hay gusanitos en el barro?
— ¡Ahhh! — gritó María Ignacia, soltando lejos el pancito de barro y limpiándose las manos en los pantalones.
—Toma, te devuelvo un pancito con gusanos —gritó Bartolito mientras le tiraba barro que despegó de la ventana.
—Soy valiente —respondió María Ignacia, quedando quieta con los ojos cerrados, pero tapándose la cabeza con las manos por si algún gusano le caía en el pelo.
—No te muevas, que estoy sacando más barro de la ventana —dijo Bartolito y bajó rápidamente en pìyama por la escala, salió al patio, se acercó con sigilo a María Ignacia y le tocó en el cuello al grito de:
— ¡Gusano!
— ¡Ayyyyy! —gritó la niña, mientras saltaba sacudiéndose el pelo.
Bartolito reía tanto que le empezó a dar hipo. María Ignacia le perdió el miedo a los gusanos porque tomó un buen pedazo de barro y comenzó a perseguir a Bartolito, que no podía correr con rapidez porque se le caía el pantalón del pìyama.
—Te voy a meter un pancito por la espalda —gritaba la niña.
Bartolito resbaló y quedó tendido en el suelo a traste pelado. Rápidamente y sin levantarse, se dio vuelta subiéndose el pantalón, pero sintió que por dentro le había quedado un buen trozo de barro.
—Ya no más, María Ignacia —dijo él mientras se levantaba —, estoy embarrado por dentro.
La niña abrió la boca.
— ¡Uuuuuh!, ¿Te hiciste?
—No, es barro, no puedo subir así a vestirme —dijo muy preocupado Bartolito.
—Ya sé, espera mientras subo a buscar ropa.
—Dile a Bartolito que baje a tomar desayuno —dijo la tía a María Ignacia, mientras subía como un rayo por la escalera.
El niño estaba haciendo una torre de barro cuando apareció María Ignacia trayendo una bolsa con ropa.
— ¿Por qué te demoraste? —preguntó él.
—Estaba mirando si tenías juguetes nuevos y traje ropa que combinara. Esta camiseta me gusta y estos pantalones vienen bien con ella.
—Pero faltan mis zapatillas y calzoncillos.
—Corro a buscar tus calzoncillos.
— ¡No!, así estoy bien.
Bartolito comenzó a buscar con la mirada un lugar donde cambiarse de ropa.
—Te puedo tapar para que no te vean mientras te cambias —dijo María Ignacia.
—Mejor entra a la cocina para cambiarme en el patio.
—Bueno —le contestó.
Bartolito se sacó el pìyama y comenzó a limpiarse con la mano. Así, pilucho y con un poco de barro, se sentía tan libre y fuerte como un guerrero pascuense.
Se pintó unas rayas en el pecho y luego hizo unos rápidos movimientos de lucha contra un enemigo imaginario. Ya tenía en el suelo a su adversario invisible cuando escuchó que lo llamaban nuevamente para el desayuno. Se vistió rápido, escondió la ropa sucia en la leñera y entró a pie pelado en la cocina.
María Ignacia estaba sentada en la mesa, muy derecha, mirando una lámpara de techo que no tenía ningún interés. Tenía la nariz roja como si hubiese estado con la cara pegada a la ventana que da al patio.
—Bartolito, ¿dónde estabas que no venias a desayunar? — le preguntó su mamá.
—Estaba buscando…
—Tía, Bartolito estaba buscando un resorte.
— ¿Un resorte de qué? — quiso saber la tía, y Bartolito miraba a María Ignacia con cara de pregunta.
—Un resorte de mi bicicleta —respondió la niña.
La mamá de Bartolito salió a dejar la basura al tambor y el niño preguntó:
— ¿Y dónde llevan resorte las bicicletas?
—¡Y yo qué sé! Mi papá siempre dice que si hay algo malo debe ser que le falta un resorte. Si la camioneta se descompone, es porque se le soltó un resorte, si le sale una pega dice que es por tener buenos resortes y si alguien es lento dice que le falta un resorte. ¿Ves que todo usa resortes?
—Entonces la gente debería llamarse resorte —dijo Bartolito.
—Tú te llamarías ¡Resorte Bartolito!
—Y tú, Resortija.
—Tú, Resortuaco.
—Tú, María Ignacia, la Resortenada.
—Tú… ¡espera no te muevas! —dijo María Ignacia mientras tomaba una cuchara y la pasaba lentamente por el cuello de Bartolito.
— ¿Qué tengo? ¿Un gusano? —dijo él, inmóvil y con los ojos muy abiertos.
—Ni gusano ni resorte; mira, te quedaba un pancito de barro.