El monótono ruido del tren me iba adormeciendo, pero no dejaba de escuchar las conversaciones de los otros pasajeros. El tema era por supuesto el último pueblo que había volado.
Ahí llegó ella a mi lado.
— Está desocupado este puesto?, preguntó.
Con desgano saqué mi mochila del asiento, pues había otros asientos disponibles en el vagón.
Era atractiva y sus ojos miraban a veces hacia arriba, casi de lado, como enganchando o escuchando cosas del cielo.
Quedó pensativa un rato, dudando de algo, luego tomó un cuaderno de su bolso y con un lápiz tachó algunas palabras, luego dijo:
–Thorbill, Ayrwen, Inquer y Plewarsh. En todos esos pueblos ha volado la gente de noche, mientras dormían. ¿Es Jannrik el siguiente o te lo vas a saltar?. Nos queda poco para llegar ahí.
Así que ella sabía. ¿Cómo lo supo? No me preocupaba eso. Tenía un plan B.
El tren no llevaba gran velocidad, así que salté con mi mochila por la ventana abierta. Solo debían ser tres tumbos, algo de polvo y listo, pero el tercer tumbo fue más fuerte y aplastante en una mezcla de gritos y un cuerpo encima.
–Ayy esto duele de verdad –dijo mientras se acomodaba el cabello sentada en mi pecho.
Me levanté de golpe para que de verdad probara la dureza de la tierra y las piedras.
–Ahh, estás enojado conmigo, –dijo desde el suelo– mira, te he salvado de una. Había en el vagón dos policías que te seguían los pasos desde Plewarsh. Yo también.
Subí por el terraplén hasta las vías, miré hacia el horizonte. Solo quedaba caminar, serían unos 12 kilómetros. El problema es que en el próximo punto me estarían esperando para prenderme. Debía cambiar de planes. Pero antes tenía que deshacerme de ella.
Así que busqué un lugar a la sombra para dormir una siesta.
–¿Vas a dormir ahora?, ¿No quieres saber cómo supe de ti?
Me tendí en el suelo, puse mi sombrero sobre la cara y luego, con un suspiro, acomodé las manos sobre mi barriga.
Desperté cuando aún había sol. Ella dormía, acurrucada cerca de mí. Me acerqué a soplar levemente en su oído. A decirle que todos sus sueños la harían volar ahora. Comenzó a elevarse. Soplé como si fuera un globo. Con ese impulso alcanzaría a llegar hasta Jannrik. Si despertara en el camino no caería, descendería suavemente.
De pronto sentí un fuerte tirón en la pierna y me vi elevado en el aire cabeza abajo. ¡Mi pie derecho estaba atado a una cuerda anudada a su cintura!!! ¡Me había tendido una trampa como si fuese conejo!!!!
Así como estaba, colgando, no podía alcanzar mi pie para soltarme, tampoco era saludable hacerlo, pues íbamos volando a veinte metros sobre el suelo. Podía gritar, despertarla, pero estaría en sus manos. Decidí continuar así en silencio, quizás mi peso hiciera que bajásemos hasta alcanzar alguna rama de árbol para afirmarme y desprenderme de ella.
Bueno, lo que pasó es que caímos en una laguna, yo primero y ella después. No era profunda, el agua nos llegaba a la cintura, así que salimos caminando entre el barro mientras ella exclamaba.
–Siii!!!, lo sabía. Tú lo haces. ¡Haces volar a la gente en sueños!!!
Embarrados, llegamos a la orilla mientras calculaba que el pueblo debía estar a pocos kilómetros. En eso escuché una voz en la lejanía.
–Hoooola!!!, no es época para bañarse y menos aún con ropa de viaje.
Se acercó un carruaje con dos caballos, en él un viejo de sombrero raído soltaba bocanadas de humo de una desportillada pipa.
–Quizás quieran ir al pueblo a cambiarse de ropa. Suban que no haré preguntas. Yo también de joven hice locuras. –dijo mientras sacudía la pipa.
Tomé a la muchacha de la cintura y la puse en el asiento al lado del conductor. Me quedé de pie al costado mientras, con una sonrisa, hacía un gesto de despedida con la mano.
Ella llevó las manos a su vientre diciendo con cara compungida
–¿Me dejarás ahora y que será de la niña?
El viejo me lanzó una feroz mirada. Aplastó la palanca de freno del carro y bajó con una escopeta colgando de su brazo.
–Amigo, debe saber que hay cosas que odio y una de ellas es dejar una viuda y una niña huérfana de padre por causa de un sinverguenza.
–No soy el padre!! –exclamé– Ni ella misma sabe quién es. Es prostituta viajera y le gusta hacerlo. Va de pueblo en pueblo para acostarse con todos. Mire su cuaderno, ya tiene tachado Thorbill, Ayrwen, Inquer, Plewarsh, le falta Jannrik y quizás cuantos pueblos más.
El viejo, con la boca abierta, volvió la vista a la mujer, pero ella ya venía por el aire para caerme encima con golpes de puño.
Yo retrocedí riendo a carcajadas, reí más todavía cuando le quitó la escopeta al viejo y me apuntó con furia diciendo.
–Así que sabes hablar, pero cuando lo haces dices asquerosidades.
–Señora, por favor no se agite, –dijo el viejo, tratando de calmarla– le puede hacer mal al bebé, y cuidado con esa escopeta que es muy caprichosa.
Debería haberme alejado más, o haber corrido en zigzag, pero tenía los pies anclados al suelo por las carcajadas. De pronto sentí una quemazón por el costado izquierdo. El cielo giró tres veces y mis ojos quedaron enfocados en un hormiguero a pocos centímetros de mi nariz
Unas manos fuertes me dieron vuelta para abrirme la camisa.
–No es grave, pero debemos llevarlo al pueblo –dijo el viejo.
–No, al pueblo no, –respondió ella mientras sostenía mi cabeza en sus manos.
–¿Por qué? –preguntó él
–Es asaltante de trenes, pero está cansado de esa vida y yo de la mía.
–Dios mío!! Pero qué clase de padres va a tener esa criatura. Los llevaré a mi rancho. No tenemos hijos y mi esposa siempre está contenta de recibir visitas.
Desperté en una mullida cama, estaba en semipenumbra. Tenía un vendaje en el lado izquierdo, parecía que solo tenía raspadas unas costillas. Me interesaba otra cosa, con esfuerzo palpé mis brazos y mis pies buscando algo.
–No estás atado. –escuché que decía ella a mi lado– Disculpa por favor lo que sucedió. No apreté el gatillo.
–Me volví hacia el otro lado para tratar de dormir. Imposible, ese era el lado con la herida. Solo podía volverme hacia ella.
La miré en silencio, estaba sentada en una silla con un plato de sopa y una cuchara en las manos.
–¿Quieres comer algo?– preguntó.
No dije nada y cerré los ojos.
–No debería haberte dicho nada en el tren, solo haberme quedado en el siguiente pueblo para que aventaras mis sueños mientras dormía. ¿Quieres saber por qué te he seguido desde Ayrwen?
Resoplé molesto.
–Vi mis sueños, los más profundos, –continuó ella– y eran maravillosos. Desperté aun volando y te vi camino a la estación a tomar el próximo tren. Te vi y supe que también estabas en mis sueños.
Dejó el plato en la mesilla y se dirigió a la sala donde resplandecía el fuego de la chimenea.
Más tarde se apagaron las luces de la casa y sentí que ella se tendía en la cama de al lado y se cubría con una manta.
Esperé un rato hasta sentir que su respiración estaba quieta. Me levanté en silencio. Debía elevarla en sueño nuevamente para poder marcharme.
Me acerqué a su rostro para soplar leve en su oreja, pero se volvió hacia mí abriendo sus ojos y sus labios. Sus manos se aferraron a mi cuello mientras mi boca exploraba las profundidades de la suya.
De mí diré que nunca he querido involucrarme en sueños o ilusiones, eso siempre lo he dejado para los demás. Pero esta muchacha crea sueños de tal manera que debo sentirla cerca y acariciarla a cada momento para darme cuenta de que no estoy soñando.