Bartolito y el camión invisible

Era de noche y Bartolito estaba muy atareado en su pieza trabajando con alambres y trozos de madera.
—Bartolito, ya son las diez, es hora de dormir —dijo su mamá.
—Pero todavía me queda por hacer y además es sábado.
— ¿Qué estás haciendo?
—Un cohete.
¿No estarás jugando con fósforos?
—No, mamá, es con madera, alambre y un resorte.
—Pero ya tienes que apagar la luz.
— ¿Puede ser un ratito más?
—Dije que es hora de apagar la luz.
—Bueno —dijo Bartolito y apagó la luz. Esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y se sacó los zapatos para no hacer ruido al caminar. Enseguida corrió las cortinas de su pieza para que entrara luz del farol de la calle y así seguir trabajando en su cohete.
Tenía que acercar el escritorio a la ventana. Trató de levantarlo pero era muy pesado; intentaba empujarlo, pero él se resbalaba y el escritorio no se movía.
—Ya sé, yo me resbalo porque estoy con calcetines y el escritorio no se mueve porque está a pata pelada —pensó—, así que debería ponerle calcetines y yo me quedo a pata pelada.
Se metió debajo del escritorio, lo levantó con la espalda y le colocó un calcetín a cada pata.
El invento de Bartolito funcionó muy bien: el escritorio con calcetines se pudo arrastrar fácilmente y sin ruido hasta que quedó frente a la ventana.
Se sentó a seguir trabajando en su cohete, pero todavía le faltaba luz, así que fue a buscar el espejo del baño, lo colocó apoyado en unos libros para que la luz del farol rebotara en él y alumbrara su trabajo.
Puso el cohete encima del resorte, lo afirmó con el tornillo, lo soltó, y su nave saltó rebotando en la muralla y luego en el espejo, que cayó al suelo. Bartolito se asustó, esperó a ver si alguien se había levantado, pero no había ningún ruido. Fue a recoger el espejo que por suerte estaba entero, lo dejó colgado en el baño y bostezando se fue a su cama.
— ¿Dónde está mi piyama? —se preguntó.
Recordó que estaba afuera, en la leñera; ahí lo había dejado porque estaba embarrado. Pensó que no pasaría nada si se acostaba pilucho, pero si encontraban el piyama en la leñera lo iban a retar, así que fue a buscarlo.
Bajó despacio por la escalera. Sin hacer ningún ruido, entró a la cocina, abrió la puerta y salió al patio…
Estaba por tomar el piyama en la leñera cuando escuchó un ruido como de un camión que se venía acercando; el ruido era cada vez más fuerte.
— ¡Chuta! —dijo Bartolito— debe ser un camión muy grande, como los de las minas.
Salió a la calle a mirar, pero no se veía nada; solo el ruido que iba creciendo. El farol de la calle comenzó a tiritar y la tierra empezó a moverse como si fuera cama de resortes.
Bartolito miraba para todos lados, pero no se veía por ningún lado el camión.
— ¡Un camión invisible! Está pasando un camión invisible por la calle —dijo Bartolito.
Miró a su casa que se movía y escuchaba gritos en su interior; habían despertado todos con el estruendo. De pronto se cortó la luz y el ruido comenzó a alejarse.
Lo estaban llamando en la casa y ahora sí que lo iban a retar. Regresó rápidamente a la leñera, y como no tenía tiempo de sacarse la ropa, se puso el piyama encima y trató de entrar en silencio por la puerta de la cocina. No pudo abrir; se había cerrado por dentro.
Estaba pensando en meterse por la ventana cuando se abrió la puerta y apareció su mamá.
—Pobrecito, te asustaste y saliste al patio. — le dijo ella abrazándolo.
—Mamá, pasó un camión invisible por la calle; debe de haber sido un camión minero porque se movía todo cuando pasaba.
—Fue un temblor.
—¿Temblor es una marca de camión?
—No, un temblor es cuando la tierra se mueve.
—Ya sé que la tierra se movió, se movió cuando pasó el camión.
—No pasó un camión, la tierra se mueve sola.
—¿Y por qué se mueve?
—Porque se está acomodando.
—¿Está viva la tierra? ¿Y qué le molesta que tenga que acomodarse? Si la pincho con un alfiler, ¿se va a mover?
—Bartolito, pregúntale a tu papá, yo voy a ver si no se han caído frascos en la cocina
El niño fue al dormitorio grande, pero su papá ya estaba roncando, así que subió a su pieza; ahora tenía cosas más importantes que hacer en vez del cohete; tenía que descubrir cuándo pasaba el camión invisible. Desocupó su escritorio, puso una almohada y la colcha de su cama y se acostó ahí a mirar por la ventana por si pasaba de nuevo.
Entre bostezo y bostezo se le ocurrió que podía dejar una latas en la calle, así, si el camión pasaba las latas se moverían o se aplastarían. O tener globos llenos con pintura, y si se acercara el camión invisible, tirar globos de pintura a todos lados hasta que le llegue uno y la pintura lo va a delatar. Así, se fue quedando dormido pensando en trampas para descubrir el camión fantasma.
Amaneció, el sol se asomó dando en la cara de Bartolito, que estaba siendo observado por María Ignacia.
—Tienes los pies fuera —dijo la niña.
Bartolito se dio vuelta con un rezongo:
—Ummmm
—Tienes los pies fuera —repitió María Ignacia.
Bartolito se sentó. Tenía el costado entumecido porque el escritorio era muy duro.
-—¿Por qué estas durmiendo en una cama chica? —preguntó la niña.
—Es mi escritorio —respondió Bartolito.
—¿Es una cama escritorio?
—No, lo usé de cama para mirar por la ventana si volvía a pasar el camión invisible.
—¿Viste un camión invisible? ¿Y de qué color era?
—María Ignacia, no lo vi porque era invisible.
—¿Era de color invisible?
—No lo vi y no supe de qué color era.
—¿Y cómo sabes que era un camión?
—Porque lo sentí.
—¿Tocaste al camión invisible? ¿No te dio miedo? ¿Y si te volvías invisible por tocarlo?
—No lo toqué; anoche lo sentí porque había ruido, la tierra temblaba y todo se movía.
—¡Sííí! fue anoche —dijo María Ignacia—. Mi casa se movía y quería salir caminando, pero me tomaron en brazos y me llevaron al patio. La casa estaba muy contenta, porque saltaba.
—¿Sentiste un ruido como de camión?
—Sí.
—Esto es más raro todavía, mi casa también se movía. Vamos a preguntarle a mi papá —dijo Bartolito, mientras se sacaba el piyama y quedaba con la ropa puesta.
—Eres muy inteligente, duermes con ropa debajo del piyama, ¡Así es más rápido salir a jugar!
—No le digas a nadie.
—¿Que no le diga a nadie que viste un camión invisible?
—No, que dormí con ropa debajo del piyama.
—Yo también voy a dormir con ropa debajo del piyama y no le voy a contar a nadie.
Fueron a buscar al papá de Bartolito que estaba entrando unas cajas de frutas.
—Papá, ¿por qué anoche había ruido de camión y se movía la casa?
—A ver, la tierra es redonda como esta naranja, ¿no es cierto?
—Sí.
—Y nosotros vivimos en la superficie, que es la corteza.
—Sí.
—Bueno, la corteza de la tierra, o sea la cáscara de la naranja, está hecha de pedacitos como de un rompecabezas. Cada pedacito se mueve buscando dónde acomodarse. Cuando se mueven, se producen los temblores.
— ¿Y quién desarmó el rompecabezas? —preguntó María Ignacia.
—Quizás fue por un asteroide que chocó con la tierra hace muchos miles de años. —dijo el papá
— ¿Y el ruido como de camión?
—Es el ruido que hacen los trozos al rasparse unos contra otros en el fondo de la tierra.
— ¿Y por qué la casa quería irse? —volvió a preguntar María Ignacia.
—Es la tierra la que se mueve y sacude también las casas: se llama temblor si es ruido con un poco de movimiento y se llama terremoto si la tierra se zangolotea como un bote y se empiezan a caer las cosas.
— ¿Un extraterrestre podría ver desde el espacio qué pedacitos del rompecabezas están sueltos? —preguntó Bartolito.
—Sí, si pudiera ver bajo la tierra podría ser, pero los geólogos ya saben cuáles son las partes que buscan acomodarse.
— ¿Qué son los geólogos? —volvió a preguntar el niño.
—Son los que estudian la tierra y las rocas profundas.
— ¿Ellos entran con cuerdas y linternas a las cavernas oscuras?
—También hacen ese trabajo.
—Entonces quiero ser geólogo. —dijo Bartolito
—Y yo quiero ser geóloga para estudiar la tierra de fuera de las cavernas —agregó María Ignacia.