—Bartolito, despierta, hoy es el circo —dijo María Ignacia.
—Pero no tengo plata para la entrada —comentó el niño, mientras abría los ojos.
—En mi alcancía ya no tengo monedas, —dijo ella— las saqué todas, pero le puse piedritas para que no se notara. ¿Qué vamos a hacer?
—Vamos a ver, quizás necesiten ayudantes en el circo. Pero tenemos que pasar a buscar a Jaimito.
—Y al Chuletita, a los perros también les gusta el circo —agregó la niña.
Llegaron a la casa de Jaimito que estaba en el patio jugando con el Chuleta.
—Hola, Chuletita —dijo María Ignacia abrazando al perro.
—Mi tío dice que en el circo están dando trabajo. —dijo Jaimito.
— ¿De verdad? —preguntó Bartolito.
—Yo quiero ser la bailarina que va a caballo —dijo la niña.
— ¿Te has subido a un caballo? —preguntó Jaimito.
—Sí, son mansitos conmigo. Mi tío Raúl me deja acompañarlo en verano cuando arrienda caballos en la playa.
—Quizás necesiten alguien que domestique a los leones —dijo Bartolito.
— ¿Y si quieren niños para dárselos a los leones? —agregó Jaimito—. Así era en el circo romano, por eso no dejan que ese circo venga a Chile.
—El circo romano es un circo de piedra, que está en Roma y es muy pesado traerlo. Ahí les daban cristianos a los leones. —dijo Bartolito.
—Si nos preguntan, les decimos que no somos cristianos, que somos escolares—comentó Jaimito.
Llegaron los tres, junto con el Chuleta, al lugar donde estaba instalada la gran carpa del circo
—¡Hola…! ¿Hay alguien?
—¡Uff!, el olor que hay parece de lobo marino muerto. —dijo María Ignacia
—Debe ser peo de elefante.
—Deben haber comido porotos podridos.
—¿Qué buscan, niños? —dijo un hombre que apareció con una caja de cartón.
—No somos cristianos. Somos escolares —dijo Jaimito
—Y somos trabajadores, aprendemos rápido a hacer cosas de circo. —agregó Bartolito
—Yo tengo un traje de bailarina —dijo la niña.
—Bueno ¿y qué quieren? —volvió a preguntar el hombre.
—Nos dijeron que podíamos trabajar en el circo.
—¡Ahhh!, ahora entiendo. Les voy a pasar los papeles —dijo mientras abría la caja.
—¿Son papeles de actor, como en las películas? —preguntó Jaimito.
—No, son volantes para que los repartan, mil volantes a cada uno y les damos la entrada gratis con una bebida y cabritas. Estos son —dijo, mostrando una hoja que decía:
Circo Armendáriz
Acróbatas, animales amaestrados, payasos
2 funciones cada día
Bartolito quedó un poco desilusionado, pero enseguida pensó que era una buena forma de partir trabajando en el circo.
—No pueden traer el perro —dijo señalando al chuleta– molesta a los animales.
Los niños se fueron con un paquete de volantes cada uno.
—¿Cómo lo hacemos?
—Si nos separamos, terminamos más rápido —dijo Bartolito.
—Yo no quiero repartir sola —alegó María Ignacia
—Pero así terminamos más rápido. Ya sé, a cada persona le entregamos uno, pero también podemos dejar un montoncito en cada negocio. —agregó Bartolito
—Sí, buena idea —dijo Jaimito
—Entonces a mí me acompaña el Chuletita a dejar los volantes —dijo la niña.
—Bien, nos juntamos en la escalinata de la playa cuando suene la sirena de las doce.
Después de una hora se juntaron en la escalinata.
—Yo dejé volantes en el terminal de buses, en las verdulerías, en la oficina de la luz y del agua. —dijo Bartolito.
—Yo dejé en la Biblioteca, en el Consultorio, en el restaurant azul y en el cuartel de bomberos.
—Nosotros con el Chuletita dejamos en dos carnicerías, en la paquetería, en la oficina de las carreras de caballos y en los bancos de la iglesia —dijo María Ignacia.
—Pero, María Ignacia —exclamó Bartolito— en la Iglesia no se dejan volantes; tenemos que ir a buscarlos.
—A la gente de la iglesia también les gusta al circo, yo ya los dejé. Si los sacas van a ser de los tuyos.
—Bueno, los dejamos ahí y vamos a Isla Negra a repartir los que nos quedan.
—Y podemos pasar a la playa a la vuelta, antes de ir al circo.
Aquella tarde fueron al circo a decir que habían entregado todos los volantes. Le dieron una entrada y un vale por una bebida y un paquete de cabritas a cada uno.
—María Ignacia miró su entrada y su vale, abrazó al Chuleta y se puso a llorar.
—¿Qué pasa, María Ignacia? —preguntó Bartolito.
—El Chuleta me acompañó a dejar volantes y no le dieron entrada ni vale para cabritas.
—El hombre del circo dijo que no pueden entrar perros —les recordó Jaimito.
—Ya sé, —dijo Bartolito—. Mira, Jaimito, tú entras primero al circo con María Ignacia y yo les paso al Chuleta por debajo de la carpa para que se siente con nosotros.
—Pero van a ver que es un perro —dijo Jaimito.
—Le ponemos el abrigo y el gorro de lana de mi papá.
—Puede usar mis lentes de sol que me regalaron en Navidad. —dijo María Ignacia.
Empezaba a oscurecer cuando llegaron de nuevo al circo. Bartolito esperó que entraran Jaimito y María Ignacia, le puso el abrigo y el gorro al Chuleta, y levantó un poco la carpa para meterlo por debajo.
—¿Llegó bien el Chuleta? —preguntó Bartolito.
—Sí, llegó bien —dijo María Ignacia desde el otro lado— y se ve muy elegante.
—Bartolito pasó silbando muy tranquilo por la entrada y se sentó junto a sus amigos en la parte más alta de las graderías.
Todo iba muy bien, pues al Chuleta lo tenían quieto dándole cabritas, hasta que aparecieron los osos amaestrados. Al ver a los animales el Chuleta se engrifó y soltó un feroz gruñido, los osos se asustaron y se encaramaron por un poste que tenía unos cables, ahí se produjo un cortocircuito y se cortó la luz.
La gente empezó a reclamar que no se veía nada.
—Jaimito —dijo Bartolito— ¿El Chuleta está contigo?
—No, tú lo tenías.
—María Ignacia, ¿dónde esta el Chuleta?
—Y yo qué sé, no veo nada. —respondió la niña.
En los asientos de abajo una mujer comenzó a gemir.
—Un oso me lamió la cara.
Un hombre gritó:
—Arranquen todos, el oso pasó por encima de mí.
La gente comenzó a correr, Bartolito vio pasar un bulto con gorro y abrigo y se tiró encima para atraparlo, pero era un hombre bajito con chaquetón y olor a vino que se puso a chillar.
—¡Suéltame, suéltame, oso desgraciado!
—Salgamos rápido —dijo Jaimito, tomando de un brazo a Bartolito y a María Ignacia.
—No quiero que al Chuletita se lo coman —suplicó la niña.
—¡Chuleta, te vamos a bañar! —gritó Bartolito.
—¿Vamos a bañar al Chuleta, ahora? —preguntó Jaimito
—Es para que se vaya lejos y se esconda —respondió el niño.
Los tres se pusieron a gritar “¡Chuletita, al baño!”, “¡a bañarse, Chuleta!”, mientras salían en el tumulto de gente.
Afuera estaban los carabineros y los domadores preparando las linternas para entrar al circo, mientras Bartolito seguía gritando:
—¡Chuleta, te vamos a bañar!
—¿Qué te pasa, niño? —preguntó una carabinera.
—No quiero que los osos se coman al Chuleta —respondió Bartolito
—¿El Chuleta es niño?, ¿qué edad tiene?, ¿cuál es su nombre completo?, ¿andaba con ustedes o con sus padres?
—No, el Chuleta es… —empezó a decir Jaimito.
—El Chuleta es mi primo grande, pero salió antes porque le dolía la guata —dijo María Ignacia mientras pellizcaba a Bartolito y a Jaimito.
—¿Y cuál es el nombre del Chuleta?
—Francisco —dijo María Ignacia
—Eduardo —dijo Bartolito
—Ismael —dijo Jaimito
— ¿Tiene tres nombres?
—Sí —respondió María Ignacia asintiendo con la cabeza—, Francisco Gerardo Gabriel.
La carabinera arqueó una ceja, los miró un momento y dijo:
—¡Ummm…! Niños, mejor se van a sus casas.
Se fueron rápidamente a la casa y ahí estaba el Chuleta, bien escondido al fondo de su casita.
—Chuletita, ven acá, te vamos a revisar.
—¿Qué le vamos a revisar? —preguntó María Ignacia.
—Si no le han comido algo los osos.
—Parece que está completo el Chuleta, pero falta algo.
—¿Qué es?
—No están el abrigo, ni los lentes, ni el gorro
—Tenemos que ir a buscarlos.
—Dejemos al Chuleta encerrado en el baño y volvamos al circo.
Iban bajando cuando se encontraron con unos niños que venían asustados corriendo.
—Los osos se comieron a una persona.
—¿De verdad? —preguntó Bartolito.
—Se comieron a alguien entero, solo quedaron el abrigo, el gorro y los lentes —dijo mientras se alejaba.
En ese momento llegó un radio patrulla y se bajó la carabinera que estaba en el circo. Llevaba un abrigo en la mano.
—Pensé que los iba a encontrar por aquí. ¿Este abrigo es del señor Chuleta?
Los niños se quedaron callados sin saber qué decir.
—No se preocupen, en el circo nadie salió herido, fue sólo un susto con los animales. Quiero saber si el señor Chuleta está bien y entregarle sus cosas.
—El señor Chuleta está muy bien, lo dejamos encerrado en el baño. —dijo María Ignacia recibiendo el abrigo, el gorro y los lentes.
—Bueno, le dan mis saludos y que no se meta en problemas.
Cuando la carabinera se fue, Bartolito preguntó.
—¿Y si los osos se hubiesen comido al Chuleta?
—Yo creo que los osos prefieren comer gente —comentó Jaimito.
—Entonces el Chuletita lindo es más inteligente que todos. —dijo María Ignacia
—¿Por qué?
—Porque se quitó el disfraz de gente para que no se lo comieran.