El camino a Vinay

El camino a Vinay es ancho,
de fresca sombra
en verano
y tibio hogar
en invierno.
Pero todos temen mencionarlo
y menos recorrerlo.
Hay muchos que han ido
y no han vuelto,
y los pocos que han vuelto
ya no son los mismos.

Ese camino está lleno
de sorpresas.
De sus árboles cuelgan
ropas de los que han partido
camisas, corbatas
vestidos y chanclas
maletas, libros,
cuadros y espejos,
y hay quienes dicen
que han visto colgadas
guirnaldas
de cartas de amor,
llaves y diccionarios.

Hay ropas ordenadas,
muy bien dobladas,
para que cualquier viajero
las vista
si le acomoda.
Otras están desgarradas como
si su dueño se resistiese
a dejar sus vestidos
Allí donde solo
puede entrar un suspiro.

El camino a Vinay
Un tiempo fue de condena,
pues los sacerdotes
lo esculpieron como castigo divino
por bailar
en día de guardar,
por guardarse desnuda
a la mujer del vecino,
o por avecinarse
con los incrédulos.

Uno, que silbando alegre
volvió de ahí,
dijo
estaban todos bien
-bien desnudos-
y sin vergüenzas,
recordando las danzas
que habían olvidado.
Le ofrecieron quedarse
para descansar entre amigos
pero declinó
pues el descanso,
-el no caminar-
para él es mortal,
y además aún no tenía
suficiente ropa para quitarse.

Ese uno lo conozco
sabrán que él solo
es pandilla
fugaz y traviesa.
Tiene un pie allá y otro acá,
Amigos allí y acá.
Familia y esposa
allá y acá.
No le teme a la muerte
pues la hizo de él amante,
y mucho menos a la vida,
que lo sigue
a mordiscos y besos
para tener su parte.
¿Será que el diablo lo proteje
porque endiabla a los ángeles?